La barbarie de ir a la casa del Betis


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 No es justo que se vaya a un campo de fútbol temiendo encontrarse al ultra de turno. No es justo que, como ha ocurrido hoy, haya gente preocupada por el estado de salud de los agredidos, angustiada por saber qué ha pasado.

El Cádiz ganó al Betis B. 0-2, tres puntos. El fútbol es un divertimento, una excusa para pasarlo bien, de hacer turismo, estar con amigos disfrutando de una pasión, ver un espectáculo que nunca sabes cómo va a acabar. El fútbol son goles, ocasiones, fallos, jugadas de estrategia: emoción. Desgraciadamente, hay mucha gente que no lo entiende así. Brutos, animales, bárbaros que lo plantean como una batalla, una lucha. Descerebrados que se dejan llevar por su barbarie en la fiesta que es el fútbol, que marcan al resto de un colectivo pacífico que entiende el juego como lo que es, un juego. Como ya ocurriera la pasada campaña, otra vez se han producido incidentes antes de que el encuentro entre béticos y cadistas tuviera lugar. Parece ser que una batalla campal, entre aficionados de ambos equipos, ataviados con bates se ha producido. Un hincha del Cádiz tuvo que ser trasladado al hospital tras ser agredido, para ser intervenido quirúrgicamente. Una agresión que nunca debería haberse producido. Una lástima que al término de un partido de fútbol tenga que hablarse de cosas como estas. Un feo lunar que mancha el nombre del Betis y de su afición. También a la del Cádiz. Un problema que no es exclusivo del Betis, que es una plaga en el fútbol español. Los grupos radicales, más que animar, dañan la imagen del club. Todos los años hay algún problema. Aislado, de no tanta magnitud como en otras Ligas. Pero aún así se producen. Son fruto de la irracionalidad, de una rivalidad mal asimilada. La rivalidad en el deporte es necesaria. El afán de superación, el ánimo de victoria, de hacerlo mejor que el rival es lícito y forma parte del encanto del juego. Si diera igual ganar o perder, no tendría sentido. Es lícito que se quiera ganar al rival, pero no que uno se deje llevar por la rivalidad desmedida y entre en el terreno de la agresión. Si la solución antes era complicada, ahora, con los foros y redes sociales en las que los bárbaros se pueden insultar entre sí, emplazándose al día del partido para resolver sus diferencias, lo es mucho más. El fútbol no es una batalla campal, es una fiesta. Habría que hacer algo para debilitar a los bárbaros, lograr que aquellos que gozan de la protección institucional de los clubes (que los hay) la pierdan. Que se sientan acorralados, que sepan que no tienen cabida en el juego. No es justo que se vaya a un campo de fútbol temiendo encontrarse al ultra de turno. No es justo que, como ha ocurrido hoy, haya gente preocupada por el estado de salud de los agredidos, angustiada por saber qué ha pasado. ¿A quién le cabe en la cabeza que, con el fútbol por excusa, se pueda enviar a una persona al hospital? ¿Quién en su sano juicio acude a las cercanías de un campo de fútbol armado con bates o navajas? ¿Cómo erradicar este problema? ¿Qué hacer con aquella gente que no entiende las reglas del juego y se enzarza en batallas propias de otra época más atrasada? ¿De verdad hay que esperar a actuar cuando haya que lamentar algo mucho más grave?

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