Mala gestión de los cambios

Uno de los elementos que condicionó la segunda mitad del partido de la pasada jornada fue la mala gestión que hizo Víctor Espárrago de los cambios. Gran parte del descalabro en El Alcoraz se debió a lo prematuro de los cambios que el uruguayo realizó. Nadie entiende cómo Diego Tristán fue sustituido por Toedtli cuando aún quedaba poco más de media hora de partido, con la necesidad que tenía el equipo de templar el juego y de tocar la pelota, en lugar de buscar el fútbol directo en el que el Huesca estaba más cómodo. Cierto es que la gasolina se le estaba acabando al sevillano, pero, pese a ello, se mostraba participativo, activo y no se escondía. Algo que sí pareció hacer su compañero de ataque, un Bartholomew Ogbeche que volvió a dar una imagen un tanto apática: el nigeriano apenas lo intentó y no estuvo participativo. Si alguno de los atacantes amarillos merecía irse al banquillo antes de tiempo, ese era Ogbeche, no Tristán. Además, si Tristán está falto de fuerza y frescura, otro tanto podría decirse de Toedtli: muy lastrado esta temporada por la edad y su espalda, ha hecho un esfuerzo titánico para dar un rendimiento aceptable en una competición tan dura como lo es la Segunda División. Como resultado, el argentino ha llegado al tramo final del campeonato justo de fuerza. Toedtli no estaba ante el Huesca para jugar más de media hora con la exigencia de tener que marcar un gol que ayudara al equipo a salir del pozo. Hubiera sido un buen cambio con el partido más avanzado, cuando la defensa rival estuviera más justa de fuerzas y fuera verdaderamente necesario optar por un modo de juego más directo. Ahí, saltando con los defensas mermados en sus capacidades y abriéndole espacios a un segundo delantero para que rematara a portería, el Cádiz podría haber sacado petróleo. Pero se equivocó Espárrago. El cambio de Jaume Costa, cinco minutos después, quizás se explique en que el valenciano tenía una cartulina amarilla y era necesario tener jugadores sin amonestaciones para afrontar el final del duelo. De todas formas, Víctor Espárrago debería haber aguantado un poco más a Costa sobre el terreno de juego: estaba jugando relativamente bien y en la segunda mitad estaba siendo el futbolista más incisivo del Cádiz. La opción de López Silva –a quien el salto de categoría experimentado este año tal vez le haya venido un poco grande- hubiera sido buena con el partido más avanzado, siendo una buena opción para terminar de romper a una defensa agotada con un estilo de juego directo. El onubense regaló un par de buenas cabalgadas y poco más. El último y tercer cambio, el de Erice por Ormazábal cuando el Huesca se quedó con un jugador menos era necesario tal y como se estaba desarrollando el partido: el Huesca había tomado definitivamente la iniciativa, el Cádiz hacía aguas por doquier y era necesario contener el medio del campo, para asegurar, aunque fuera, un infructuoso punto. Sin embargo, el argentino se arrugó nada más sustituir a Erice y no jugó con la contundencia que era necesaria para imponerse a un rival con diez jugadores. Teniendo a Caballero en el banquillo quizás me la hubiera jugado y hubiera apostado por él antes que por el argentino. De perdidos al río, que fue lo que debió pensar Antonio Calderón (al que los cambios le salieron bien, ganándole la partida táctica al entrenador cadista) al ver que su rival tenía un jugador más y el empate no le servía para nada. Aunque claro, de haber salido mal la apuesta ofensiva, en vez de criticar el planteamiento reservado de Espárrago, ahora se le criticaría el haber cometido un riesgo desmedido. Estos planteamientos de nada sirven, son fútbol-ficción, y lo único que importa es que el Cádiz tiene muy complicada la permanencia tras perder contra el Huesca. Al Cádiz ahora sólo le vale ganar al Numancia y esperar tropiezos de los demás. Complicada empresa para que esta estancia en Segunda División no se convierta en un mero viaje de ida y vuelta al pozo de la Segunda B.

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