Anduva ardió en rojo


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Gesto señor, de una afición fantástica a otra sensacional. Foto: LOF – Diario de Cádiz

mir_cad_03.jpgLa localidad burgalesa de Miranda de Ebro se volcó por completo con su equipo, el Club Deportivo Mirandés. No había terraza en la que no se vieran banderas animando al Mirandés. Desde muy temprana hora, raro era ver a un lugareño que no estuviera engalanado con la zamarra de su equipo. También, desde muy pronta hora la sede social del club estaba rebosando de gente: personas que querían hacerse con una entrada para el partido o que quería adquirir la entrada conmemorativa del encuentro. Del mismo modo, en el Municipal de Anduva, estadio donde iba a jugarse la vuelta del play-off, hubo un gran ambiente a lo largo de la mañana.

 Un estadio chiquito, coqueto para Segunda B, con tres gradas y con apariencia buena desde el exterior, que a imitación de otros estadios con más nombre, tenía un cartel con la siguiente leyenda: “Esto es Anduva”. Una advertencia de lo que iba a ser el feudo del Mirandés al filo de las siete de la tarde.

 Dos horas antes del encuentro acudieron en mayor número aficionados del Mirandés. También del Cádiz, que ilusionados y exultantes lograron acallar los cánticos locales. A las cinco de la tarde, junto a los hinchas de ambos equipos, hizo acto de presencia la lluvia. Cayó con dureza, con fuerza, de forma copiosa. Alguno llegó incluso a hablar de granizo. Tanto no llegó a caer, aunque los efectos de las precipitaciones causaron estragos en el césped del estadio. Las bandas estaban anegadas, y el balón rodaba con dificultad.

 Las gradas fueron poblándose. En una esquinita, en lo que sería la preferencia de fondo sur (equiparando Anduva con Carranza) estaba ubicada la hinchada amarilla. El resto de las gradas pertenecían a la hinchada local. Llegaron a llenarse todas las localidades, teniendo que estar gente de pie, cerca de las vallas publicitarias, presenciando el partido. No cabía ni un alma en Anduva.

 Con el pitido del colegiado, comenzó el infierno. El encharcado terreno de juego hizo que fuera misión imposible poder rasear el balón. La afición del Mirandés llevó en volandas a los suyos. Sin malos modos, creando un ambiente infernal para el rival y el trío arbitral, pero guardando las formas. Un ambiente sano y noble. Cada pérdida de tiempo del Cádiz era tremendamente pitada. Cada vez que el árbitro erraba, le caía una sonora pitada. Cada incursión del Mirandés, jaleada al máximo. El Mirandés correspondía, con un juego endiablado, total, buscando la portería del Cádiz de forma incansable.

 Con el primer gol, Anduva animó con más fuerza, con más ímpetu. Con el segundo, soñó con la remontada, con lograr el pase. Con el gol de Pachón, como su equipo, no se hundió. El Mirandés jugaba con doce y así, era difícil fallar. El tercer gol hizo que aumentaran las esperanzas. Con el cuarto, llegó el delirio, la locura. Juntos acababan de conseguir el más difícil todavía. La afición amarilla, por su parte, estaba desolada.

 Con el pitido final de Ruiz Bada, hubo invasión de campo. Jugadores y afición se fundieron en un abrazo, se convirtieron en uno. Creyeron hasta el final, con todas sus fuerzas. Así, era muy difícil que se les escapara. También, en pleno ambiente festivo, hubo tiempo para un bello gesto: los aficionados del Mirandés se dirigieron al sector en el que estaban ubicados los hinchas del Cádiz y los despidieron con una sonora ovación. Gesto señor, de una afición fantástica a otra sensacional.

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